5. Éxtasis

De la primera vez, del “lo siento”, a los meses siguientes, hay años luz. Me apoderé completamente de cada curva, de cada lunar, de cada gemido. De todo, en todo lugar, en todo momento, a todo ritmo. Me apoderé completamente de ella. Entre más la acercaba a mi vida, más descubría la intensidad que habitaba en mí.  Me deshacía entera ante sus caprichos. Me desvanecía entera ante sus detalles. Estaba enamorada. Enamorada y más.

Bastaba una mirada para saber qué necesitábamos y con qué pretexto iríamos a otro lugar. Con tan sólo una mirada de la ojazos, se habría ante mí un millón de posibilidades. La curiosidad me llenaba de preguntas que, acto seguido, me fundía a respuestas todo su cuerpo. Faltaban horas al día para tanta pasión. La satisfacción de ser tocada con amor, con deseo, una y otra vez, es una bendición.

Me hice mujer en sus manos. Sé que una parte de mí se quedó con ella, en la eternidad de sus labios.

Un par de años estuve llevada por su aroma. El mismo aroma que aún hoy suelo reconocer entre la multitud. Fui feliz. Muy feliz. Es la persona que marcó el antes y el después en mi nueva etapa de vida. Ella alejó de mí pensamientos absurdos, alejó de mí todo complejo, la soledad y la niñez.

Las estrellas que por ti brillan.
El fuego que habita en tus besos.
El orgasmo que de ti hace canciones.
El fervor de tus caricias.
Tu piel.
Una y otra vez, todo culminó en tu profunda mirada.

Cuando nos dimos cuenta, todos nuestros días estaban proyectados de a dos. Toda canción nos recordaba mutuamente; todo olor tenía una historia entre nuestros recuerdos. Sin intención, sin esfuerzos, habíamos puesto en marcha una relación que en su heterovida y en mis dudas, no tenía sitio. No tenía pies, no tenía cabeza. Aún no estábamos preparadas para “seguir avanzando”. Y fue así, sin más, cuando un día, por un instante detuvimos los latidos, callamos la pasión –sólo por un instante- y decidimos frenar. Parar. Parar con todo lo que clandestinamente habíamos formado. Nuestras decisiones podrían derrumbar la felicidad de muchos a nuestro alrededor. Nuestras decisiones, cambiarían su proyección de vida. Nuestras decisiones, cambiarían mis metas a cumplir. En fin, cosas de humanos.

Meses intentando desengancharme de sus vibraciones, meses intentando prohibir a mis dedos enviar SMS’s. Años, años enteros, para dejar de pertenecer a sus brazos. Lloré, lloré, lloré y más. Me abandoné al llanto, a las pocas ganas de comer, a refugiarme debajo de la manta y me volví parte del vacío. Como accesorio llevaba la mirada más triste que ha visto mi espejo. Abismo de tristeza, incluso varios años después caían algunas lágrimas, sin siquiera invocarlas, sin siquiera pronunciar su nombre; caían en su honor.

Mi cuerpo se desconectó por mucho tiempo, años. Las manos que tenían acceso a él, iban y venían, sin sentido alguno, sin respuestas. Sin apenas despertar sensaciones. Sin hacerme sonreír. Sin producir ningún tipo de placer. Sin regresar mi carne a la vida.

Y es que, la satisfacción de ser tocada con amor, con deseo, una y otra vez, es una bendición.

Continuará…

  © Saliary Röman


❤!

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